Imagina una nube cálida y envolvente que te arropa como un abrazo suave. Desde el primer instante, una vainilla aterciopelada se despliega con intensidad, densa y adictiva, con ese toque gourmand que hace agua la boca. No es una vainilla etérea o floral: es rica, oscura, casi como una crema espesa hecha a fuego lento.
Luego aparece el caramelo: untuoso, dorado, derretido sobre la piel como un sirope tibio. No empalaga, sino que se funde con la vainilla en una sinfonía perfectamente equilibrada. A medida que se asienta, emergen las notas lactónicas —leche caliente, nata montada— aportando una sensación casi táctil, como terciopelo sobre la piel.
El fondo es profundamente cremoso, con matices lechosos, dando aún más cuerpo y sensualidad. Todo en esta fragancia grita “postre lujoso”, sin perder sofisticación. Es dulce, sí, pero también reconfortante, reconociblemente gourmand pero con un acabado de perfume de alta costura.








